jueves, 11 de diciembre de 2008


Valor, coraje, fortaleza.. Dónde están cuando más los necesitamos.
Dónde encontramos el equilibrio, cuándo nos damos cuenta de nuestras fallas.
Admitiéndolo o no, todos cometemos errores; aunque, nuestro fin jamás sea herir, nos equivocamos y herimos sin querer.
Sin querer, sin darnos cuenta quizá. Sin buscar el error.
Claramente, el error, significa un instante en el que algo se descarrila, deja de cumplir su rol perfecto, es el momento de la falla... y esa falla, ese error, que en un instante se desarrolla en el presente, en el futuro trae aparejadas sus muchas consecuencias, que siempre acaban por ser evidentes y difíciles. Son dificultades a afrontar. Son balas a las que poner el pecho. Son momentos en los que deberíamos reflexionar; reflexionar para darnos cuenta de que ese error cometido, fue por evadir nuestra situación, la mayoría de las veces; cuando en ese instante cometemos la mencionada falla, por considerar que podemos controlar la situación, por creer que en nuestras manos está la solución de nuestros males, de las crisis, de las tentaciones, por creer que podemos decidir, sin cuestionarnos nuestra propia decisión, o por una rápida elección, pagamos caro.
Nuestras decisiones, a mi entender, son tan comprometedoras como responsables de lo que vendrá. Al decidir, muchas veces errando, eligiendo sin fundamentos, apresuradamente, sin analizar los hechos, sin especular sobre aquel posible error, creyendo que podemos manejar todo tipo de situaciones sin acudir a alguna ayuda externa, sin ver más allá, creyendo ser capaces de forjar nuestro presente con ese tipo de decisiones que algunas veces inclusive, dejamos en manos del azar… y es allí cuando asoma el error una vez más… cuando decidimos pensar que somos los dueños de hacer y actuar a nuestro antojo, en algún determinado momento; sin medir las consecuencias…
Y creo yo, que el error, sigue en vigencia, y sigue hiriendo y desequilibrando, después de haber sido cometido aún… creo que es un poco redundante decirlo, pero muy real.
Porque, como ya mencioné en algún párrafo anterior, el error no viene solo… trae aparejadas consecuencias inevitables, siempre. Pero aunque digamos que estas son inevitables, es difícil muchas veces aceptarlas, y no revelarse ante tales sucesos.
No es fácil aceptar y/o entender que nosotros fuimos capaces de evitar el desencadenamiento de momentos de crisis, y no fuimos responsables o maduros como para cumplir en el momento indicado, procediendo como se debía proceder… Y cuando nos damos cuenta de ello, es cuando la desesperación, la angustia, la depresión, la tristeza, la culpa y demás sentimientos o estados de tales índoles, intentan bloquearnos, y alejarnos de el que debería ser el principal objetivo, reparar los daños cometidos.
No queda más que, en esas situaciones, hacerse cargo, intentando crecer y aprender. Procurando que estas vivencias nos edifiquen. Buscando acercarnos a nuestra procedencia, Dios, el único capaz de llenar nuestras vidas, y mostrarnos el correcto camino. El único con poder tal de perdonarnos y darnos de su eterna paz, de su don para esperar… Sin escapar de las responsabilidades, y sin evadir las reglas y las condiciones con las que debemos convivir. Porque la vida ha sido siempre la misma, la diferencia y el cambio, son marcados y definidos, cobrando valor, por nuestro propio cambio, por nuestro accionar, por nuestra responsabilidad, por nuestro compromiso.
El cambio, y la mejora, deberían empezar por nosotros mismos, pero esto, no es posible con cobardía, sin compromiso, sin afrontar los hechos, sin valor, sin dolor, con conformismo, con comodidad, sin esfuerzo, sin esmero, sin vivir cada una de las etapas del cambio, que necesitan de todo esto y de esfuerzos propios, no logramos crecer.
Y yo, que siento encontrarme en esta situación, puedo dar testimonio, de que no es fácil. Pero sé que de la mano de Dios, no hay imposibles, no los hay. Pero, para lograr eso, uno debe someterse, y comprender que muchas veces lo que uno quiere, no es lo que conviene, y que Dios, tiene formados sus planes para con nosotros, y con su perfecta voluntad, los convertirá es nuestra realidad, sólo nos queda confiar y cumplir, más allá de todo y aunque cueste… seguir.


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